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La entrevista de Antón Castro en el Heraldo de Aragón

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manuel martinez forega POR LARA ALBUIXECH (2011)Empecemos. Labios ¿es un poemario o son dos?

Es un único corpus dividido en dos apartados. El segundo (resultado de la performance en la FNAC) quiere denunciar la restrictiva denominación de una corriente de la poesía neorrealista llamada «poesía de la experiencia». Habría que hablar largo y tendido sobre esta nomenclatura anómala cuyo origen algunos de sus cultivadores omitieron y tergiversaron (léase a Robert  Langbaum y su Poetry o Experience, que, por cierto, puede leerse en internet). Desde el principio, esa performance fue pensada con esta finalidad censora. El primer apartado es un conjunto de poemas que fue construido con el propósito de ser musicado. Este objetivo fue diluyéndose por causas a mí ajenas hasta quedar en agua de borrajas. Sin embargo, continué con el proyecto pese a todo. Era un conjunto más amplio, pero suprimí algunos poemas que evidenciaban su carácter «decadente». En todo caso, es mi intención retomar ese tono decadentista en el futuro..

¿Qué lugar ocupa el amor, la voluptuosidad, el erotismo, y su cántico, en su vida?

En todas sus formas, el amor ocupa en mi vida un lugar principalísimo. Soy muy proustiano en esto y, en consecuencia, versátil. Sus matices contingentes (erotismo, voluptuosidad…) pueden literariamente funcionar de manera independiente (en el cuerpo donde el amor se lee, diría Jaime Gil de Biedma) frente a la idea inmanente, etérea, inmaterial de aquel concepto «amor» socialmente imperativo, pero muy discutible cuando alcanza un carácter individual, subjetivo. Creo que en este asunto no tengo ninguna preferencia: lo mezclo todo.

Avanzo también por otra vía: ¿qué espacio llena o habita la mujer en su vida?

La mujer es aquel cuerpo gilbiedmano, naturalmente; aunque el sujeto ‘mujer’ llega a desaparecer definitivamente en la escritura cuando ésta se empeña en serlo; es decir, en ser poesía. No podría afirmar que el motivo inspirador de un poema amoroso, o erótico, o porno incluso fuera ese sujeto bien perfilado dicho ‘mujer’. Estoy más de acuerdo con que, al hacer literatura, la mujer se transforma en una idea en la que su perfil identificador está excluido. En este sentido, esa mujer sería lo que Aristóteles llamaba «causa eficiente»; o, lo que es lo mismo, la causa primaria.

Me llama la atención que de repente se pone tierno, efusivo, y suelta un neologismo o una palabra culta como si quisiera enfriar algo prometedor. ¿Es una ironía? ¿Qué función tiene eso?

Utilizo cultismos, o neologismos, o actualizaciones léxicas, pero no soy un poeta culto a la manera que sugeriría la generación ‘novísima’ o la coetánea ‘Generación del lenguaje’. La combinatoria léxica de una lengua es —dice George Steiner— infinita; es más: debe serlo. Yo me pliego a esta idea —aunque su ejercicio sea inconsciente— y, por lo tanto, la aparición de esas formas es resultado de aquella combinatoria guiada por ese ritmo interior que cada poeta sabe que es personal e intransferible. Es cierto que luego, sacados los textos de la nevera, buena parte de aquel léxico permanece. Pero es que a mí me gusta mucho la referencialidad, esa índole no dictada que concluye por revelar otras morfologías en acaso (aunque no siempre) semánticas análogas. En realidad, se trata del viejo asunto del significante y el significado.

¿Cómo vivió la experiencia de los besos y cómo halló, luego, el modo de singularizar cada beso y a cada mujer?

La experiencia fue excepcional en varios sentidos: a) como aprendizaje formal extraído del propio planteamiento de la acción; b) como reto frente a su determinismo temporal, que me sometía a una gran presión; c) como verdadera «experiencia», sin margen para teorizar, o sea, la puesta en práctica de un concepto que a mí me gusta mucho: la «acción directa». El modo de composición tenía una ventaja: no conocer ni el nombre ni la fisonomía de las mujeres que me besaron. Esta circunstancia proponía recurrir a la intuición y a la deducción y, a partir de ellas, dar pábulo a la imaginación: consideremos que, en cada caso, advertí un aroma, un tacto, un rumor, un gusto incluso. La vista fue el único sentido que no intervino directamente, pero justo su ausencia incrementó la dosis de imaginación. Apliqué el viejo método de Keats: cada beso era susceptible de motivar un número indeterminado de palabras. Yo se las citaba a mi amiga amanuense. Ya en mi escritorio sólo tuve que poner en marcha la estrategia de John Keats: asociar las ideas y destilar los campos y familias semánticas del léxico reunido para cada poema.

Para usted, ahora que tiene una edad (joven) y que lleva bastantes años dedicado a la poesía, ¿cuáles serían las claves de su lírica? ¿Ya sabe qué busca, qué quiere decir?

Nunca he sabido cuáles son esas claves. De hecho, no he atendido a esa circunstancia y soy bastante reacio a la autoexégesis, a la redacción de poéticas. Éstas se extraen de la propia obra y es la obra la que va construyendo ese afán estético que jamás —creo yo— debe estar supeditado a apriorismos forzados. Pasado el tiempo, se puede tal vez —cuando disponemos de profundidad de campo— discernir por dónde transita esa estética.

Intente dar algunas pistas al lector, libro a libro, si le parece bien…

A este respecto, me atrevo a afirmar con prevención absoluta que soy un poeta proteico: el surrealismo (o irracionalismo tantas veces) de Un infierno de salvac(c)ión nada tiene que ver con el existencialismo angosto, angustioso y necrófilo de Cuerpo de la edad y muchísimo menos con la épica de He roto el mar. Tampoco con el paréntesis doliente y amorosamente evocador de Berna, ni con el ludismo arrebatado de Ocho poemas de deseo. Los aforismos líricos, la presencia de un Yo múltiple y la búsqueda desaforada del “nombre” presentes en 333 días no se parecen en nada a todo lo anterior, ni a la actitud crítica, la ironía, la denuncia y la polimorfía de Ademenos.

¿Qué sucede con Labios?

Labios, por fin, juega con la preceptiva poética, pero quiere hacer un guiño al conceptismo gracianesco y dotar de ternura a esos músculos dúctiles y hermosos que todos tenemos listos para los cuerpos, para propiciar qué verbo, para silenciar qué ofensas. Guardan los labios todos los secretos. Esto pretendo decir hoy; no sé qué diré mañana.

ANTÓN CASTRO

(C) fotografía: Lara Albuixech

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